La fila es un tiempo muerto para los pies. Un mal común que aqueja a la sociedad mexicana del siglo XXI. En la primera década. En el año dos mil ocho.
El banco, mayor cancerbero de nuestros anhelos y aspiraciones terrenales exige una cuota de tiempo, de vida, de algunas moléculas de suela de zapato, de miradas desviadas y de ojos inseguros que miran hacía otro lado, hacía unos más inseguros; de hedores producto de la proximidad de los cuerpos que dejan escapar su humanidad en la fila. Pase por favor, dice detrás de la vitrina la persona de ojos más seguros y fresca estancia. Un vidrio separa las perfumadas axilas y peinados cabellos de los sudados sobacos y de las despeinadas greñas. Genitales, nalgas, genitales, nalgas, genitales, nalgas, genitales, nalgas... genitales, nalgas, el último par de genitales y nalgas esperan el próximo para recibirlo con un apretón de esfínteres que evite una manifestación sonora, un suave perfume corporal saluda al nuevo, se envicia el ambiente. Los separadores metálicos con listones, guían a la manada ordenada para formar un desordenado cuadro de carne humana, ahí están, esperando, mirándose celosos, algunos se sonríen, otros se desdeñan, algunos se burlan, otros se escapan en sus aparatos portátiles, viva la tecnología, ayuda a evitar la penosa situación de estar entre nalgas y genitales desconocidos. Frente y posterior, dos caras del cuerpo para enfrentar al mundo, la cabeza ayuda a mostrar el perfil adecuado según la situación, pero en esta fila no, aquí esa ayuda no funciona, se esta expuesto en todos los ángulos, más cuando el camino de listones y tubos metálicos esta saturado y forma una extraña serpiente que aprovecha lo mejor que puede el espacio del lugar, así son los bancos ahora, pequeños y con filas enroscadas.
Las filas para comprar tortillas de maíz presumen de mayor decoro, y eso que expenden el alimento popular, riqueza también, pero diferente a la que encierra el banco con su clima artificial. Aquí las tortilleras no visten con falda ni tacón, no traen peinado formal ni pintura en el rostro, bueno, algunas sí. Un mandil y las manos embarradas con restos de masa es su atuendo, algunas se distinguen por el uso de goma de mascar que las obliga a mostrar la coronas plateadas y doradas de su dentadura. Las más jóvenes prefieren las provocadoras prendas que muestran las carnes a los atónitos enfilados masculinos de la de por si impávida fila. ¿Cuanto? Un kilo, mamasita. El calor las obliga al uso provocador de prendas, y su gusto provoca estudiados descuidos que muestran un poco más de lo socialmente decente, erecciones y fantasías del púber que llegó en su bicicleta con la servilleta de colores y gráficas simétricas, culminarán con una súbita expulsión de fluidos, más tarde, en la privacidad de su hogar. Esta serpiente humana se distingue de la anterior por su relajado estilo estirado, desenredada por las banquetas hasta donde llegue la última nalga. El aumento del chillido peculiar de las maquinas tortilladoras anuncia que pronto seremos cabeza de serpiente, en el proceso, los ojos confirman que llegaremos pronto cuando admiran a las mujeres danzando, atareadas y sumergidas en su trabajo cual abejas en producción. Los masculinos nos deleitamos con los descuidos, que ya mencionamos, de la jovencitas tortilleras. La trotillería devuelve un poco de la vida que la fila acostumbra arrebatar. Pero no sólo los miembros masculinos se ven beneficiados, también las vértebras femeninas, pues es una oportunidad para ponerse al tanto de los escándalos del barrio, un pequeño espacio de relajación entre la agitada vida del quehacer doméstico, lejos del insoportable marido y los chiquillos latosos, un deleite para la lengua femenina cuando encuentra alguna camarada en la inerte serpiente que se muere y regenera conforme quita la vida de los despistados miembros.
Las filas nacen en una parábola de tiempo y espacio en diferentes partes del México moderno y el mundo, todas con el invariable genital y nalga, con la primera cabeza que demanda su derecho de primacía y exige le sea atendida inmediatamente para después desvanecerse y generar una nueva cabeza de lo que alguna vez fuera vertebra intermedia o culo. La transformación es inminente. En su aparente estatismo se mueve siempre, en cada uno de sus miembros hay una serpiente impaciente, según ellos, es reflejo de su educada y civilizada especie.
Las filas para comprar tortillas de maíz presumen de mayor decoro, y eso que expenden el alimento popular, riqueza también, pero diferente a la que encierra el banco con su clima artificial. Aquí las tortilleras no visten con falda ni tacón, no traen peinado formal ni pintura en el rostro, bueno, algunas sí. Un mandil y las manos embarradas con restos de masa es su atuendo, algunas se distinguen por el uso de goma de mascar que las obliga a mostrar la coronas plateadas y doradas de su dentadura. Las más jóvenes prefieren las provocadoras prendas que muestran las carnes a los atónitos enfilados masculinos de la de por si impávida fila. ¿Cuanto? Un kilo, mamasita. El calor las obliga al uso provocador de prendas, y su gusto provoca estudiados descuidos que muestran un poco más de lo socialmente decente, erecciones y fantasías del púber que llegó en su bicicleta con la servilleta de colores y gráficas simétricas, culminarán con una súbita expulsión de fluidos, más tarde, en la privacidad de su hogar. Esta serpiente humana se distingue de la anterior por su relajado estilo estirado, desenredada por las banquetas hasta donde llegue la última nalga. El aumento del chillido peculiar de las maquinas tortilladoras anuncia que pronto seremos cabeza de serpiente, en el proceso, los ojos confirman que llegaremos pronto cuando admiran a las mujeres danzando, atareadas y sumergidas en su trabajo cual abejas en producción. Los masculinos nos deleitamos con los descuidos, que ya mencionamos, de la jovencitas tortilleras. La trotillería devuelve un poco de la vida que la fila acostumbra arrebatar. Pero no sólo los miembros masculinos se ven beneficiados, también las vértebras femeninas, pues es una oportunidad para ponerse al tanto de los escándalos del barrio, un pequeño espacio de relajación entre la agitada vida del quehacer doméstico, lejos del insoportable marido y los chiquillos latosos, un deleite para la lengua femenina cuando encuentra alguna camarada en la inerte serpiente que se muere y regenera conforme quita la vida de los despistados miembros.
Las filas nacen en una parábola de tiempo y espacio en diferentes partes del México moderno y el mundo, todas con el invariable genital y nalga, con la primera cabeza que demanda su derecho de primacía y exige le sea atendida inmediatamente para después desvanecerse y generar una nueva cabeza de lo que alguna vez fuera vertebra intermedia o culo. La transformación es inminente. En su aparente estatismo se mueve siempre, en cada uno de sus miembros hay una serpiente impaciente, según ellos, es reflejo de su educada y civilizada especie.
Matemos el tiempo y la vida en una fila que para eso las inventamos, en el afán de ordenar y categorizar todo cuanto existe y pueda existir en este mundo.
Debo confesar que más de una vez he sido engullido por enormes serpientes humanas, tan largas que mataron mis ojos, quemaron mis pies, martillaron mi cabeza y desaparecieron mi individualidad. Sólo el destino final, que promete convertirnos en cabeza y transformarnos en diminuto esperma que busca dentro de la quimérica vagina el óvulo fértil que dará sentido a nuestra existencia, puede persuadirnos para de no abandonar la fila, sin embargo la naturaleza se repite aún en nuestra civilización, y bien sabemos que el objeto final de nuestro deseo no cambiará el sentido de nuestra existencia y con poca probabilidad creará nueva vida, en cada fila somos probablemente el resto de los espermas que perderán la competencia, tal vez algún día seré parte de una fila en la que el destino me elija como el fertilizador de una nueva existencia.
Debo confesar que más de una vez he sido engullido por enormes serpientes humanas, tan largas que mataron mis ojos, quemaron mis pies, martillaron mi cabeza y desaparecieron mi individualidad. Sólo el destino final, que promete convertirnos en cabeza y transformarnos en diminuto esperma que busca dentro de la quimérica vagina el óvulo fértil que dará sentido a nuestra existencia, puede persuadirnos para de no abandonar la fila, sin embargo la naturaleza se repite aún en nuestra civilización, y bien sabemos que el objeto final de nuestro deseo no cambiará el sentido de nuestra existencia y con poca probabilidad creará nueva vida, en cada fila somos probablemente el resto de los espermas que perderán la competencia, tal vez algún día seré parte de una fila en la que el destino me elija como el fertilizador de una nueva existencia.
1 comentario:
En primer lugar, gracias por tu visita, es bueno saber que con alguien mas se converge, lo que me lleva al segundo punto.
Este espacio de exelente estilo narrativo no deberia pasarse por alto.
En realidad me ha gustado tu estilo, este es el primero que leo, y puedo darme una idea del resto.
Hablar de las cosas triviales siemple implica el riesgo de perderse, pero tu forma de abordar este tema me parecio exelente.
Ademas, quien no ha pasado por ese infierno, entretenido entre genital y nalga, oservando, el genital y nalga ajenos, que pertenecen a alguna mujer en la que nuestra mirada laciva se a posado.
En principio me sono a Paz, pero ya quisieran los escritos de Octavio tener tu sinceridad.
Un saludo.
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