jueves, 18 de septiembre de 2008

Rebaño sordo (cuento)

Hay personas que hablan mucho y dicen nada. Una enorme impaciencia excita sus cuerdas vocales y les provoca placer orgásmico. Las normas sociales señalan que gritar o hacer sonidos sin sentido resulta incivilizado, es preferible hablar y hablar aunque no se diga nada. Disfrutar de éste placer desborda con frecuencia las cuerdas vocales teniendo como resultado un montón de palabras sin sentido. El parlanchín suele aturdirse por momentos, guarda silencio, sus ojos miran hacía ningún lado, de pronto, la comunicación se restablece y la andanada de emociones que lo hace parlotear regresa.
Rogelio habla mucho, siente placer en el parloteo. Habla, habla, habla, habla, habla, habla, habla y habla sin parar. Últimamente un problema taladra su cabeza constantemente, su esposa no lo escucha. Ella lo mira fijamente, dibuja una falsa sonrisa y repasa los pendientes en silencio mientras él habla sin parar. Rogelio se ha dado cuenta del juego de Sandra. Ha descubierto que cuando comienza a hablar, lo mira fijamente y le sonríe, entonces la sorprende preguntándole acerca de lo que acaba de decir, invariablemente la mujer responde: ¿qué? Un enorme taladro le perfora el cráneo, llega al cerebro y se lo revuelve hasta convertirlo en batido. Su furia se desata, se siente humillado y clama venganza. Corre por el taladro y lo arma con la broca más grande disponible, habilita la función de martillo, inmoviliza por el cuello a Sandra, pone en marchar el taladro y le hace un enorme agujero en la cabeza, la voltea y le vacía los sesos revueltos, grita en el orificio para escuchar el eco de sus palabras y sonríe, después le habla sin parar hasta dormirse. Despierta frente a la silla vacía, su mujer se ha marchado.
En los últimos días la sensación de no ser escuchado se ha diseminado en todas los aspectos de su vida, en el trabajo, en el camión, en las tiendas. Intentó comprar un pantalón y nadie lo escuchó. Decidió llevárselo sin pagar, la alarma del lugar se activó y los elementos de seguridad lo detuvieron. Le dijeron: tiene derecho a guardar silencio. Su esposa fue a sacarlo de la cárcel, pero cuando Rogelio intentó explicarle lo sucedido ella simplemente le dijo: no me digas nada.
Un semental castrado. Así se sentía Rogelio, privado del placer de hablar. Tomó una fatídica decisión, no volvería a mencionar palabra alguna en su vida. Así lo intentó. Pasaron dos años y Rogelio no decía nada, asentía o negaba con la cabeza, lo más extraño es que nadie lo notaba. Nadie había escuchado nunca sus palabras, sintió una profunda melancolía por los años que había gastado aliento sin sentido. Recordó cuando era pequeño y platicaba con sus compañeritos de clase, lo ignoraban, él hablaba y hablaba y lo ignoraban, pero siempre estaba tan concentrado en lo que decía que nunca se percató, la maestra le tocaba el hombro y decía: guarda silencio. No recordaba una conversación con su madre, sólo monosilábicos. ¿Quieres lechita? Si ¿Caca? No. Intentó recordar alguna charla con su padre o hermano, no podía. Cada vez que recordaba algo le parecía más aterrador. Cuando se conocieron, su esposa le habló primero y aunque él hablaba mucho, no recuerda una conversación fluida. Lo mismo sucedía con sus hijos, nunca había platicado realmente con ellos. Estaba asustado, pensó que ya estaba muerto y recordó aquella película en la que el protagonista sigue su vida como fantasma sin darse cuenta. Perturbado, se cortó en el brazo con un cuchillo para sentir dolor. ¿Pero que has hecho Rogelio? Su esposa entró. Mira nada más que cochinero, sabes que la sangre es muy difícil de quitar, mira las toallas, las has arruinado. Ponte antiséptico y cubre la herida con gasas, ¡por amor de Dios, cúrate! Hazte a un lado que voy a limpiar esto antes de que lleguen los niños.
Sabía que no estaba muerto, la sangre era real y los reclamos de su esposa eran para él. ¡Estaba vivo! Pero de qué sirve estar vivo si nadie te escucha, eres un animal dentro del rebaño, todos berrean pero nadie escucha, así pensaba Rogelio. Pero ¿y si un borrego no lo es?, ¿si el borrego es un lobo disfrazado? Es lo que quería ser, un lobo. La ciudad su bosque, el megáfono su hocico, la gente su presa. Todos huyen del lobo, de su aullido al escuchar su lamento. El centro de la ciudad es la montaña más alta. Aúlla su inconformidad a la gente que no escucha, a los sordos, a la sociedad que se ha vuelto impersonal, a los borregos alienados, a los aletargados en la seguridad del rebaño. ¡Hay que salir del rebaño, dejen de ser ovejas y conviértanse en lobos, feroces e independientes lobos, las ovejas miedosas correrán a esconderse en lo profundo del rebaño! En ese momento un grupo de policías lo arrestaron. Rogelio gritaba, lobos, lobos, lobos. Comenzaron a golpearlo con toletes, abrazó a un policía con fuerza y logró tirarlo, el arma de cargo se le cayó, Rogelio la tomó y comenzó a disparar sin sentido hasta que un fuerte golpe en la nuca lo desmayó.
Paredes acolchonadas y blancas. El lobo atrapado, amarrado. Un cuarto con una puerta y una ventanilla que se sume entre los colchones de la pared. El lobo convertido en gusano, enterrado. Rogelio se niega a convertirse en gusano, quiere ser lobo. Aún tiene armas: su voz y las palabras. ¿Qué decirle a las paredes? Si los borregos no lo escuchan menos las paredes. Su alma se derrumba y comienza a llorar. Suaves sollozos salen de su garganta, una fuerza intenta salir de su interior, le seduce. Escupir la impotencia transformada en lamento que recorrerá todo rincón hasta perderse en la libertad. Los sollozos cada vez son más fuertes y se convierten en llanto, llora desaforado, en libertad, aislado del rebaño. Las cuerdas vocales se estremecen y se desgarran en un estridente aullido.
Una enérgica voz interrumpe el trance. ¡Cállate maldito loco! ¿Qué le pasa a éste? Se cree lobo, no había dicho nada hasta ahora.
Rogelio aulló con más fuerza. Golpes en la puerta y el grito de cállate pinche sordo volvieron a interrumpirlo. Rogelio estaba feliz, alguien lo escuchaba, sonrió y aulló más fuerte, increíblemente fuerte. El aullido se esparcía por todo el hospital y hasta la calle. Ya te escuchamos maldito lobo, ¡cállate! No hizo caso y volvió a aullar con todas sus fuerzas, alguien lo escuchaba y no iba a perder la oportunidad, nunca más.
Un guardia: será mejor que avisemos al doctor en turno, éste loco sordomudo ya me tiene harto.
Auuuuuuuuu.

otras cosas sin importancia

I am or IMP <> T ar T

Las esquinas de las calles son de papel y van las golondrinas doblando y desdoblando esquinas...