lunes, 15 de enero de 2018

3. Pez diablo

Dolores tiene ojos pequeños. Camina por la avenida. Las miradas se encuentran, se desvían, se ignoran. Algunas persisten y concluyen en una sonrisa. Dolores las devuelve por instinto o precaución. No olvida mostrar los dientes. Es pequeña, mide casi un metro con cincuenta, es como un fantasma. Observa con descaro, no da miedo, más bien enternece. Tiene más de cincuenta años y está casada. Su esposo Juan no puede caminar, se mueve en dos ruedas, solo saber comer y cagar, a veces platica con Dolores y le da besos. Ella sale a trabajar temprano y regresa a las cuatro para comer, camina por la avenida. Su refrigerador es grande, Dolores cabe completa, pero no es ella quien lo habita, es su alimento, aquellas miradas mezquinas que no tolera, las que hacen daño, las que miran mal.
            Las miradas insulsas la persiguen. Ella las estudia, las acecha y después las caza. Piensa que no deben existir las personas que hacen daño con la mirada, es la ventana que muestra su maldad. El desprecio, el asco, la indiferencia, hay muchos indicadores que denotan a un alma podrida, llena de ira y soberbia.
            Ella y su esposo Juan tienen la obligación de aniquilarlas, de borrar su existencia que no hace bien a nadie. Ella piensa que el Padre los eligió para esta labor, no es sencilla, no cualquier humano es capaz de realizarla. Su idilio comenzó hace treinta y tres años, cuando se conocieron en la iglesia, su amor superó las doctrinas hasta crear una propia, en la que el Padre les habla directamente.
            La primera redención fue la de la Madre Ana Eugenia. La Madre Ana era directora en una escuela religiosa, cerca de la iglesia a la que asistían. Para su mala fortuna, cada que salía se topaba con la desagradable coincidencia de la pasión entre Dolores y Juan que no dejaban nada a la imaginación. Su mirada de asombro y desprecio comenzó a lacerar el orgullo de los amantes, así como las palabras y acciones de la Madre. Como si sus dioses fueran enemigos, y ellos el instrumento de venganza, concretaron su primera merienda, el cuerpo de la Madre Ana. La religiosa era algo gordita y tuvieron que guardar algunas partes en el pequeño refrigerador para ingerirlas después.
            El castigo nunca existió, tenían miedo de que el dios de la Madre Ana se vengara de ellos, azotándolos con alguna desgracia o la policía, pero ninguna de las dos apareció en tres meses. Tiempo que consideraron suficiente como prueba de fe. El dios de la monja no era tan vengativo o tan poderoso. Tal vez ni siquiera existía.
            Después fue el viejo Braulio de la tienda de abarrotes, quien los miraba con asco y desprecio, decía que olían mal; más de un par de veces los corrió del negocio.
            En menos de un año ya tenían definido su procedimiento, el cual parece infalible hasta ahora. Ellos son los responsables de las desapariciones, ahora lo sé. Dolores me ha dicho que los animalitos en su corral son para consumo, les gustan crudos, tienen más sabor y su carne es tibia si se come rápido. Hay que comer y saciarse cuando su cuerpo aún está caliente, tiene un sabor distinto, me ha dicho.
            Hace unos años Juan empezó a temblar de la nada, visitaron varios doctores y no supieron que le pasaba. Ahora ya no puede caminar, está confinado a una silla de ruedas. Su mirada vacía aún provoca miedo. Cada vez le cuesta más hablar. Dolores tiene que proveer a ambos, saciar su apetito. Ahora es más difícil conseguir alimento sin ayuda de Juan.
            Ella camina en la banqueta, buscando miradas hirientes, mezquinas o despreciables, cuando las encuentra, su mirada brilla, se emociona. Las estudia, las persigue, las toma y se las come con Juan. Es alimento para una semana.
         Yo sé de qué está enfermo Juan, está enfermo más allá del pecado, la naturaleza lo ha castigado, tiene el kuru y no tiene remedio. Ayer se lo grité en su cara, le dije que estaba enfermo para siempre y que pronto moriría, que eso le pasaba por pecar. Yo no peco, me dijo, limpio el mundo, soy el carroñero de la fe, el pez diablo de esta enorme pecera. Erradico la ira y la soberbia, limpio nuestro hábitat y tú eres el desperdicio humano que debo engullir con la gula de mi penitencia.
            El refrigerador puede verse desde donde estoy, intuyo que aún tiene algunas cabezas, torsos y pies. He gritado. He llorado. He tratado de morirme o abducirme en mis pensamientos. Sé que pronto alguna parte de mí estará ahí, en ese cubo plateado.

lunes, 8 de enero de 2018

2. Ramen

Ismael tiene miedo, tiene miedo de las naves espaciales, de sus rayos letales, de la monstruosidad tecnológica hecha realidad, del ingenio humano y de la ciencia ficción. Antes, cuando era niño le resultaba muy divertido, ahora es una mierda que lo hace cagar de miedo. Y es así, porque, aunque quisiera orinarse esta vez ya no le queda más orina, la lleva en un frasco de muestra computarizado que la mantiene caliente como si estuviera en la vejiga. Esos malditos robots voladores dan mucho miedo, desearía un pañal para cagarse justo ahí en el eje siete, sin que todos esos snobs se dieran cuenta que a su lado va un tipo cagado. Y pensar que estas batallas entre robots gigantes eran cosa del cine y ahora son de todos los días. La raíz del problema es milenaria, un cáncer que nunca pudo extirparse a tiempo en la sociedad, el narcotráfico. La moda es ausentarse durante un mes mediante una catalepsia en la que el cuerpo entra en reposo y no necesita comer ni beber, es un placer aterrador que ha cautivado a las masas.
            Ismael nunca quiso entrar en ese mundo, no hay futuro en una industria donde la muerte no tiene dignidad, ser atravesado por un rayo o aplastado entre los fierros de un robot está muy lejos de lo terrenal. No hay heroísmo en morir asesinado por un ser mecánico en la guerra de la estupidez. Ahora los capos ni siquiera pelean sus batallas, crearon esos malditos robots gigantes sin conciencia ni alma, no se detienen, destruyen todo a su paso, no tienen discriminación con sus objetivos o no quisieron que la tuvieran. Disparan a diestra y siniestra, caen del cielo y empiezan a destruirlo todo. Las autoridades con su armamento pueril se dedican a reducir los daños colaterales, a acordonar las zonas de batalla, a detener el flujo humano y a rezar para que ellos no sean el blanco.
            A Ismael aún le falta un largo tramo por recorrer y el frasco muestra de orina solo es efectivo durante seis horas. Él sigue atorado en el eje siete, agazapado en una esquina. El barrio japonés está un poco más abajo. Uno de esos robots monstruos cae del cielo y empieza a destruirlo todo, pelea contra otros dos. Ismael está desesperado.
            Dicen que antes, al principio de los tiempos, los días tenían veinticuatro horas, ahora tienen veintiséis y no alcanzan para nada, el tiempo ha sido el peor invento humano. Las batallas de los cerdos duran al menos un par de horas. Ismael tiene que entregar su orina antes de las trece ya que la certificación es a las catorce. No tiene más remedio que atravesar en medio de la batalla, el riesgo es alto, una tonelada de metales lo puede aplastar sin contratiempos. Lo mueve su orgullo de no ser parte de ese mundo, su vida tiene dignidad y es parte de algo importante, de algo humano y dignificante.
            El ruido es estrepitoso, la extremidad del robot cae justo en la esquina, cerca de Ismael. Puede ver los pistones, cables y componentes de la máquina de guerra que dispara proyectiles de 50 milímetros como si fueran balines, lanza granadas y rayos cual demonio que escupe fuego y destrucción. Sólo tiene una oportunidad para no ser aplastado o atravesado. Decide correr a la siguiente esquina, aprovecha el escudo que hace el robot con su cuerpo, no quiere ser otro muerto colateral. Antes de ponerse en cubierto, un robot se levanta entre los escombros y lanza un misil directo al armatoste de la esquina que cae y lo destruye todo. De no haber tomado la decisión a tiempo estaría bajo toneladas de metal cercenado.
            Incrédulo, mira la escena desde la otra esquina, el robot se levanta con dificultad y se eleva súbitamente con las turbinas quemándolo todo. Ahí estaría el cuerpo inerte de Ismael. No hay tiempo que perder ni nada más que ver, tiene que salir corriendo de ahí lo antes posible. Sobre su cabeza se escuchan las turbinas y los disparos que siguen en el cielo, la plaza está caliente y los criminales la desean a cualquier costo.
            Un estrepitoso ruido lo hace agazaparse en un recoveco. La pelea continúa unas cuadras a la izquierda. Tiene suerte, no es en la dirección del barrio japonés. Sus piernas punzan de excitación y cansancio, se mueven como las de un insecto en fuga, las siente poderosas y las fuerza al límite, el barrio está cerca y corre como nunca en su vida.
            El arte culinario es de los pocos que se ha preservado intactos a través de los miles de años civilización humana. Los japoneses, gracias a su estricto control de contaminación cultural, han logrado permanecer como un grupo cerrado, aunque hay millones de ellos, se puede decir que la humanidad tiene dos razas, los humanos y los japoneses. Desde el imperio japonés no ha existido mayor cultura en este mundo, sus tradiciones son exquisitas y refinadas, lo mejor de lo mejor. Las cirugías japonesas son la tendencia en el mercado estético y ni que hablar de la comida. El ramen es la mayor creación culinaria de la humanidad, no tiene parangón, se pagan millones de yencoins por un plato. Su evolución ha sido exquisita, es tan delicada que solamente un verdadero maestro culinario puede elaborarla y no cualquier paladar es capaz de apreciarla. La gastronomía es la industria más grande después de la droga, incluso sobre el armamento. Ismael ha tenido la oportunidad de ser parte de este mundo gastronómico, no puede morir antes de hacer historia, el Kaikaya Rokkasen es el mejor restaurante de la ciudad y tal vez del mundo, todo depende de que Ismael llegue a tiempo.
            El Maestro Culinario reza frente a la cruz del ungido. El Consejo no tiene piedad al calificar el ramen, sólo así legitima y garantiza la mayor calidad de los alimentos, su decisión es respetada en todo el mundo y más allá. Existe la leyenda de que un maestro culinario, de los mejores, se suicidó cuando su ramen fue destrozado por los implacables sommeliers del Consejo, y antes de que se marcharan realizó el seppuku ante la estricta indiferencia el Consejo.
            Ya se ve la fachada del Kaikaya Rokkasen, las piernas de Ismael están por explotarle, la batalla se ha quedado cuadras atrás, su dignidad ha ganado. Bueno, aún no, una calle lo separa de la entrada de servicio, sólo debe tener cuidado al cruzar, mira a ambos lados de la rúa. Un vehículo con el logotipo del Consejo se estaciona frente al restaurante, quedan 30 minutos de burocracia los cuales son suficientes para su misión. La cereza en el pastel o como se dice en el argot gourmet, la orina en el ramen.
            La temperatura perfecta, la acidez y los sedimentos apenas perceptibles, hacen de su producto el mejor del mercado.
            El maestro culinario encontró a Ismael en el baño de un bar cuando ahogaba sus penas de amor, su novia acababa de dejarlo y llevaba unas cinco cervezas cuando el hombre se acercó y le pregunto su edad. Al principio pensó que era un viejo pervertido que buscaba algo de acción, pues miraba insistentemente su entrepierna, pero pronto se dio cuenta que no era eso, miraba el mingitorio y como se iba la orina por el desagüe. Le preguntó su edad, después le afirmó que se había tomado unos 1600 mililitros de cerveza y la marca. Le dijo que su orina era tan trasparente y armónica que cada componente podía ser perfectamente perceptible y a su vez armonizado con los demás. Tienes un maldito sistema renal perfecto, le dijo. Desde ese momento Ismael se convirtió en su proveedor exclusivo. Esto sucedió hace un par de meses y desde entonces hasta hoy, su dieta líquida ha sido controlada por el Maestro, cientos de pruebas hasta lograr la consistencia perfecta.
            La práctica de la orina es muy común en el arte culinario desde hace cientos de años, de esta manera se han logrado los mejores sabores del mundo, significa humanizar los alimentos, compartir la identidad biológica de nuestra especie, es una firma particular e irrepetible en cada platillo, es el sello del artista que corona la catarsis durante la sublimación del espíritu en un sorbo de sopa caliente.
            La puerta de servicio está a sólo unos metros de Ismael, una mancha roja con un agujero al centro se dibuja en el metal blanco. Le falta el aire a Ismael. Un espasmo fresco le atraviesa la nuca, se vuelve cálido y desborda por sus hombros. Incrédulo confirma que la sangre de su cuerpo se escapa a borbotones y al ritmo de su corazón, se le nubla la vista y su cuerpo cae frente a la puerta blanca que se desvanece en la oscuridad.
            El ruido alerta al personal que espera a Ismael y salen por la puerta de servicio a recibirlo, lo que encuentran es un cuerpo sobre un charco de sangre, a su lado está el frasco muestra de orina. El Maestro ha salido a ver la tragedia, lo mira parco, no hay tiempo que perder, la evaluación del consejo está por comenzar.
            El sistema computarizado del frasco muestra los niveles correctos, como si aún se encontrara en la vejiga de Ismael, limpian con cuidado la sangre y vierten los mililitros exactos en el ramen, los meses de trabajo han dictado las porciones precisas. El platillo está listo, el montaje es sobrio, lo que promete un sabor memorable. Los sommeliers del Consejo prueban uno a uno el delicado platillo que se desliza por la banda de la mesa. El Maestro, sentado frente a ellos, muestra su rostro inmune a la presión, sólo sus ojos delatan la impaciencia por descubrir algún signo negativo en alguno de los miembros del Consejo, los cuales parecen tener el mismo entrenamiento de camuflaje sentimental que el Maestro.
            Los miembros del Consejo permanecen en silencio, ninguno hace o dice nada. Este momento dura tres minutos. Si nadie expresa algo, se da por concluido y aceptado el ramen como perfecto, la mayor distinción culinaria del planeta. El silencio es sepulcral, los mozos y algunos exclusivos comensales, esperan desde sus lugares la deliberación, el cuerpo de Ismael que yace sobre el charco de sangre también parece esperar la decisión antes de terminar con el drenado del líquido hemático.
      El Maestro culinario dirige su vista al cronómetro del Consejo, han pasado dos minutos con cuarenta segundos. Los párpados están a punto de ser rebasados por las lágrimas que inundan sus ojos. Finalmente lo hacen cuando el cronómetro del Consejo avisa con un pitido largo que han pasado tres minutos. La algarabía no se hace esperar, las hurras, los brindis, las risas y la felicidad inundan el restaurante, ahora el mejor del mundo. La fiesta es total, sólo los miembros del Consejo y el Maestro parecen vacunados contra esa pandemia, los primeros se levantan y hacen una flexión para agradecer y despedirse del maestro quien permanece sentado con el rostro empapado en llanto. Si pudiéramos entrar en sus pensamientos descubriríamos que no llora de felicidad sino de tristeza, no por el desdichado Ismael víctima de la guerra de traficantes, sino porque la mayor creación de su vida no podrá repetirse jamás… al menos que por fin anuncien la clonación esquemática de órganos. Aún puede recuperar el maldito sistema renal perfecto. La esperanza se dibuja en su rostro, no hay tiempo que perder. 

lunes, 1 de enero de 2018

1. Octavo

Esta historia es sobre mi destino, soy el protagonista y no puede ser nadie más, ¿Quién podría suplantarme en mi destino? Ojalá existiera alguien. Tal vez para algunos parezca fantasía o cosas de gente ignorante, pero yo necesito decirlas, con la complicidad y las consecuencias que esto pueda traer para quien las sepa. Tal vez todos vemos nuestro destino tiempo antes de cumplirlo, por eso quiero contar como veo que mi destino poco a poco se acerca a mí. Puedo ver como suceden las cosas y yo no puedo hacer nada para cambiarlas, el destino no se puede cambiar.
            Todo empezó en aquella casa. Mi madre rentó un local cerca de mercado San Juan, devota de la vanidad, no podía poner mejor negocio que una estética: cortes de pelo, manicuras, maquillaje y todas esas cosas unisex. La renta era baja, y mi madre agradecida le cortaba gratis el cabello al anciano arrendador. Don Luis era pequeño por la vejez, de ojos amables y mirada profunda, me intimidaba un poco a pesar de su apariencia diminuta, nuestras pláticas de cortesía eran agradables. Me enseñó su casa y me contó que su mujer había muerto ya hace varios años, que no tenía familia, sólo dos hijos que lo olvidaron, como si se hubieran muerto con su mujer. El viejo realmente necesitaba compañía, mucha compañía, la cual la obtenía en la estética de mi madre, creo que le hacía feliz sólo mirar gente que se cortaba el pelo, o escuchar el bullicio detrás de la puerta. Y ni qué decir cuando platicaba conmigo, eran momentos de felicidad después de tanta penumbra.
            Estaba fumando en la sala cuando mi madre llegó, la noticia era que Don Luis había muerto, lo dijo muy solemne y hasta triste, pero una incontenible mueca de emoción rompió su rostro y sin vacilar nos dijo que en agradecimiento a toda la atención que le dimos a Don Luis, nos había heredado la casa. En aquel tiempo rentábamos una casa en la colonia Obrera, la cual era más grande y estaba en una esquina, pero la casita de Don Luis ya era nuestra, la propiedad de la Familia en la ciudad.
            Hicimos un funeral sencillo, a nuestras posibilidades, sólo fuimos nosotros, mi madre, mi hermana, mi hermano y yo. Tratamos de localizar a sus hijos, pero fue imposible. Después del funeral regresamos a la nueva casa a planear la mudanza y a pensar que haríamos con las cosas de Don Luis, cuándo dejaríamos la casa de La Obrera, y cuáles serían los cuartos para cada quien. Rápidamente empezamos a recorrer la casa, a ver los detalles de aquí y allá, lo que se puede arreglar y no, parecíamos la realeza recorriendo su castillo. Era una casa más larga que ancha, el pasillo estaba del lado izquierdo y en el otro seguían consecutivamente la sala, el comedor, la cocina y los cuartos. Al final había una construcción con dos cuartos, uno abajo que era como una bodega de cosas viejas y arriba un cuarto abandonado. Don Luis me había platicado que ese cuarto lo estuvo rentando por mucho tiempo un pintor o un artista, que un día se fue y dejo todas sus cosas ahí. Por alguna razón siempre quise ese cuarto, mis hermanos nunca se opusieron decían que estaba muy feo y lúgubre, pero a mí me gustaba pues tenía entrada independiente, un baño completo y era muy amplio, perfecto para cuando viniera de la fiesta, no molestaría a nadie con mi cigarro ni nada, me daba completa independencia y comodidad.
            Subí las escaleras, abrí la puerta, estaba oscuro, negro, de esas veces que tanta penumbra abruma, pues ni un reflejo de luz se percibe. Estamos tan acostumbrados a la oscuridad de la noche de la luna y su luz, que abruma entrar en una oscuridad total, regresé la vista a la puerta abierta para orientarme y tratar de adivinar la posición de las paredes, eran mediodía y la oscuridad del cuarto era absoluta. Finalmente pude encontrar a tientas el interruptor y prendí la luz. El cuarto estaba pintado de negro, las cortinas eran negras y gruesas, no dejaban pasar nada de luz, había una cama, una pequeña mesa, una libreta de dibujo, algunos zapatos y pequeñas moscas muertas en el piso. No eran muchas cosas realmente, parecía que el hombre estuvo apenas unos días, tomó su maleta y se largó sin avisar.
            Lo primero que hice fue quitar las oscuras cortinas, tirar todo lo que no me servía, me quedé solamente con la mesa y la base de la cama. Pinté todo de blanco, me tomó varios días, pero finalmente logré mejorar el cuarto, ahora parecía dos veces más grande, y lo mejor, tenía mucha luz. Solo la puerta del baño al fondo se quedó pintada de negro, daba un contraste muy sofisticado. La casa era vieja, pero este cuarto parecía el último construido en lo que antes pudo ser un patio, seguramente el viejo lo hizo para rentar los cuartos y tener algo de dinero de que sostenerse, la ciudad es estudiantil y de seguro pensó que habría muchos buscando un cuarto, aunque parece que nunca funcionó como lo esperaba pues tuvo que abrir un local al frente y rentarlo, donde mi madre puso la estética. Nunca supimos de inquilinos en aquellos cuartos del fondo de la casa mientras estuvimos rentando al fallecido anciano.
            Nos deshicimos de casi todas las cosas, y pusimos las nuestras, para apropiarnos de aquel lugar, yo llevé mis cosas al cuarto negro, ahora blanco.
            La tercera noche en aquel cuarto tuve un extraño sueño, una sombra negra me tocaba el hombro y me despertaba, la seguía y salíamos del cuarto. A partir de ese día, siempre soñaba lo mismo, lo cual me parecía muy extraño, quince días el mismo sueño, empecé a preocuparme, aunque nunca eh creído en cosas paranormales. Algunos fines de semana prefería irme con mi novia Nayeli, cuando no estaba su hermana, o prefería tomar algo para relajarme y ponerme bastante ebrio para no soñar nada, pero eso no servía, el sueño era recurrente, sólo en aquel cuarto.
            Le conté a Jeremías que es lo que me estaba pasando, creo que él podría escucharme, no sé si ayudarme, pero al menos tendría un escape momentáneo. Me dijo que era extraño y que tal vez se debía a que estaba sugestionado por alguna historia o algo que me hubieran contado sobre el cuarto, tal vez la historia de aquel hombre que un día desapareció y quien probablemente había pintado el cuarto de negro. Traté de indagar y saber más de aquel hombre, afortunadamente había guardado sus cuadernos de dibujo. Los revisé, encontré que había dibujado la sombra, la misma sombra de mis sueños, era la sombra de una persona con sombrero y traje, siempre la misma, después dibujó más sombras que salían del piso, cada vez más, después muchas rayas sin sentido, como si hubiera sufrido un ataque de ansiedad, tal vez el soñar con las sombras fue lo que le hizo marcharse sin decir nada, pero, ¿por qué pintaría el cuarto de negro? Muchas preguntas rondaban mi mente. Preguntas que Jeremías tampoco me ayudó a resolver. Debo confesar que me daba mucho miedo regresar a aquel cuarto, una noche traté de no dormir para no soñar, pero fue peor, la luz de la luna entraba por la ventana, se podía ver dentro del cuarto, tenía dos grandes ventanas que daban amplio paso a la luz de la noche y de día. Estaba en la cama, sin dormir buscando pensamientos que no me llevarán al sueño o a pensar en las sombras, entonces impostergable salió del piso, no tuve tanto miedo como esperaba, más bien curiosidad por saber que haría la sombra de mí. De la puerta negra del baño salió otra sombra y una más del piso. Se acercaron, me tomaron por los hombros y todo se volvió oscuro, como si hubiera perdido la vista. Me levanté a tientas, asustado hasta donde sabía que estaba el interruptor y lo prendí, no había pasado nada en aquel cuarto, todo estaba como siempre, las cortinas, la puerta negra del baño, la mesa y la cama. Apagué la luz y entonces pude dormir.
            La siguiente noche sucedió lo mismo, las mismas tres sombras. Encendí la luz y solo unos murmullos indescifrables se escuchaban, como si provinieran de la casa contigua. Creo que empecé a beber más y a fumar más. Tenía una botella debajo de la cama, aunque no servía de nada me daba valor para no orinarme o temblar de miedo cuando las sombras se aparecían. Cada día fueron llegando más sombras hasta que eran una multitud que se aparecían lentamente, oscurecían todo y entonces escuchaba sus murmullos, sentía como me jalaban un pie, una mano, pero como estaba tan borracho dejaban que hicieran de mí lo que fuera. No había noche en la que no me tomara al menos medio litro de tequila, para soportar las pesadillas.
            Creo que desde un principio lo supe, por eso digo que supe mi destino cuando entre a ese cuarto, la oscuridad, el fin, la ausencia de luz, la muerte.
            El jueves soñé con el cuarto pintado de negro. No se podía ver nada, no vi las sombras, pero sabía que estaban allí, moviéndose, susurrando, algunas me rozaban, no había jaleos, más bien todo estaba en paz, y yo ebrio como siempre. Alguien toco a la puerta, me levanté y seguí mi instinto hacia dónde se encontraba la puerta, abrí y la luz de la luna me deslumbró, ahí estaba parada la sombra de sombrero, venía por mí, salí del cuarto y cerré la puerta, me vi desde la cama como salía. Después nada.
            A la mañana siguiente estaba con el doctor mirando los resultados de mis estudios, sabía lo que venía, mi sentencia de muerte, los resultados de la biopsa arrojarón cáncer de estómago.
            Le conté a Jeremías, no lo podía creer, me dijo que me veía flaco, pero nunca imaginó algo así, lo vi consternado, no imagino que pasaría por su mente al saber que moriría, quería decirme muchas cosas, pero no pudo. No quise seguir más en aquel cuarto, tal vez tendría una oportunidad si me largaba de ahí, me vine al pueblo de mis padres, a Buenavista, a recordar mi infancia, largarme de la ciudad y reencontrarme con mi esencia, olvidarme de las estúpidas sombras y el cáncer.
            Mi sorpresa es saber que las sombras me han seguido, tengo miedo y no quiero dormir, quiero vivir lo poco que tengo de vida, mi novia ha venido a verme, está aquí conmigo; también mi hermana, mi madre y mi hermano. Todos mis primos me visitan, también la sombra del sombrero y las otras sobras, están ahí, día y noche, sólo espero el momento en que decidan acercarse, me tomen por los hombros y regresemos al cuarto oscuro. Enciendo un cigarrillo y miro como se disuelve el humo en el aire.

Inicia otro Reto Bradbury

Cincuenta y Dos historias en un año. Una cada lunes. A partir de este día declaro oficialmente abierto el experimento Bradbury como un reto de año nuevo y esas mamadas. Mi justificación para este ejercicio está inspirada en el mismo Bradbury quien comentara que no puede existir cincuenta y dos historias malas. Espero que alguno de esos cúmulos de palabras sea de especial agrado para quien lo lea.
            También inicio el año con una gripe de mierda, que no ha parado desde que me tomé la primera cuba en el inicio del mítico maratón mexicano Guadalupe-Reyes, por este motivo, también hoy me salgo del sendero maratónico del alcohol, pues no tengo el temple tarahumara que la analogía representa, pues una cosa es rajarse la planta del pie y otra inundar los pulmones de flemas. Es un mito eso de que un tequila corta la gripe, siempre lo hago y siempre termino peor, pero por alguna extraña razón lo sigo haciendo, engañándome con tal de hacerme el valiente. Y como me gusta hacerme el valiente también cerré el año lanzándome de un trampolín de tres metros, casi cómo el buen Charly García desde no sé cuántos pisos, igual de osado y loco me sentí, si alguien hubiera grabado con un celular tendrían la mejor representación de un decadente clavadista olímpico con enfermedad terminal, pues aun así con la gripe que traía y debido al reto al calor de las cervezas decidí lanzarme de los tres metros. Al caer y estar bajo el agua no podía expulsar el aire como me gusta hacerlo, en cambio un espasmo de tos salía de mi cuerpo, por lo que mejor decidí aguantar el aire hasta salir a la superficie y no morir ahogado, fue una decisión de último minuto, cabe mencionar que el agua estaba algo fría, y yo acababa de echarme un ceviche y unos camarones empanizados, al margen una tercia de cervezas. A pesar de mis conocimientos avanzados en natación, no me importó y fui a lanzarme con la posibilidad de que fuera mi último salto en la vida, también es importante mencionar que tiene más de un año que no hago ejercicio acuático, en resumidas cuentas todo estaba en mi contra, pero como un día me dijo un amigo, te gusta meterte entre las patas de los caballos, y así lo hice nuevamente, con el riesgo de morir ridículamente en un salto de tres metros en una alberca y con espasmos bajo el agua, o posteriormente de pulmonía. Todo salió bien y alcancé a terminar el año con otro tequila y la gripe asechando en lo más recóndito de mi sistema respiratorio.
            Así, ahora lo más osado que haré, será tomarme dos pastillas antigripales y tirarme a ver alguna seríe, como puede ser Black Mirror, con el riesgo de enajenarme aún más. Les dejo entonces la primera entrega de los Cincuenta y Dos escritos. Buen inicio de año. Dale me gusta si también inicias el año con gripe.

otras cosas sin importancia

I am or IMP <> T ar T

Las esquinas de las calles son de papel y van las golondrinas doblando y desdoblando esquinas...