domingo, 3 de mayo de 2015

El regalo de Papá

Era uno de esos días en los que me despierto a una hora inapropiada y oscura, sobre todo para el cuerpo y el cerebro que aún transitan por la densa ruta de los sueños, miré al espejo del baño, y asombrado me pregunté si esa cosa era yo.
Bueno, miré mi cabello más largo de lo normal y llegué a la conclusión, después de un minucioso análisis estético, restarle longitud, pues me parecía una imagen antiestética. Y decidí ir a la estética.

-       ¡Don Rubén, buenos días!
-       Buenos días amigo. Pásale, de una vez…  -

Don Rubén, es un hombre de unos cuarenta años, su vida y trabajo es la peluqueada. Irónicamente, está casi calvo, tiene un sentido del humor muy peculiar y fama de puñal. En la estética gana sus buenos centavos, pero eso no es suficiente para sus exigencias económicas y hace trabajos a domicilio, además de vender shampoos y todo tipo de jabones para el cuidado y la caída del cabello.

-       ¿Cómo te lo corto amigo?
-       ¿Qué pasó Don Rubén?
-       ¡Oh pues!, El pelo… –

Ya tenía idea del corte que buscaba, se me ocurrió durante la madrugada en un análisis vanidoso.

-       De las orillas desvanecido, de arriba un pequeño despunte y en la nuca redondo, por favor –
-       Sale – dijo don Rubén

Después de un par de tijeretazos comenzó la plática:

Hace bastante tiempo que lo conocía y éramos buenísimos amigos ese cuate y yo, el trabajaba como chofer de autobuses de pasajeros, y pues ganaba su buena lana, suficiente como para comprarse un “pericazo” y andar bien buzo en eso de la manejada, tenía su esposa y dos hijos, un chavito y una chavita, por cierto rechula la condenada. Tenía un amigo que siempre le hacía el jale y todos lo sábados se echaban unas buenas “líneas” entre otras cosas, a mi me invitaba siempre, me decía: órale Rubén jálate el sábado, nos vamos a echar unas chelas, ¿o qué? Y pus yo siempre iba.
            Ellos con sus líneas y yo con mis chelas. Claro, después de cortarle el pelo, primero la chamba, por eso iba. Me acuerdo de la vergüenza que ya me daba con su esposa, hasta  le decía que no se pasara, que ya parecía el compa del collar de palomitas que salía en la tele, y él me decía que no me fijara, que su vieja no se agüitaba.
Nombre, este cuate aguantaba un chorro, yo con mis cinco chelas ya medio pedo y él casi terminaba el cartón como si nada, yo digo que por la cocaína. Luego se ponían bien locos y ya ni sabían nada de nada, ni de ellos mismos, entonces yo me llevaba mis chivas y me iba a mi casa. A veces pensaba en no volver a ir.
            Durante un tiempo iba todos los sábados, me acuerdo que su chamaquita se llamaba… Emma, sí, se llamaba Emma, y le decía: enséñale a tu tío Rubén, enséñale tu cosita. La niña se acercaba, se subía su faldita y se bajaba los calzoncillos. No seas cabrón, le decía, te pasas, si es tu hija no mames. Y me respondía: sino te la vas a coger güey, nomás la vas a ver. Y le tocaba el genital a la chavita. A poco no esta rechula, decía.
Nomás me acuerdo de su carita inmóvil, inexpresiva, como fuera de este mundo o al menos pretendía estarlo. La pobre lucía tan ausente, parecía que su belleza se opacaba por momentos, así como un cristal opacado por la incesante exposición al fuego, como grasa untada en un reluciente espejo.
            Hay veces que me siento culpable, sí, sí lo acepto, llegó a gustarme, ¿y a quien no? Esa niña hermosa, tierna y fresca, tan inocente la pobre. Pero claro, esto que te digo lo pensaba cuando andaba bien borracho ¡eh! Total, opté un buen día por no regresar y así lo hice. Después me enteré que la familia empezó con serios problemas, más de los que tenían y mi cuate se fue al extranjero, bueno eso dicen.

-       ¿Y la chavita?

¡Ah la chavita! Pasaron varios años y no la volví a ver hasta un día en que un cliente que vive por la Plaza del Carmen, me llamó para que le hiciera un trabajillo, y al salir de la casa del cliente, pues tenía que pasar por la plazuela, y ahí fue donde encontré el aroma de la frustración, el de una flor fuera de la tierra. Un cuerpecillo pegado a la pared, como si fuera parte de ella, con una pierna flexionada que parecía empujaba el alma del terrible destino mortal que la ataba al muro. Me acerqué poco a poco, tenía el rostro en dirección contraria, parecía que se cuidaba de la terrible realidad que acechaba por ese lado, mientras descuidaba el otro, por el que yo me acercaba. Sus cabellos rubios estaban maltratados y enredados, hasta me dieron ganas de hacerle un tratamiento. Cuando mi mano estaba a unos cuantos centímetros de su hombro, el instinto tan agudizado gracias a las calles, la hizo voltear repentinamente. Me quedé paralizado y con la mano estirada mientras ella me preguntaba: ¿tío Rubén?

7 de Marzo de 2000

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