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¿Sabes
qué es lo que iba a hacer con mi bebé cuando naciera? lo iba a tatuar a los
tres o cuatro meses de nacido, ya que aguantara el dolor; pero él me dijo que no,
que no quería hijos con tatuajes o perforaciones…
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¡Está
loco!
Susana miraba fijamente a Andrea con los ojos
redondos como platos, ¿por qué decía que estaba loco? Un argumento salió de su
boca y justificó que su novio lo decía porque quería lo mejor para su hijo, a
pesar de tener otros tres con diferentes mujeres.
Andrea
no sabía que decirle, le costaba trabajo armar un argumento convincente, tal
vez debido a la inexperiencia de sus diecisiete años o a la cruda del día
anterior que no la dejaba pensar con claridad. Soltaba frases elaboradas desde
su contexto familiar: el ser humano es el único animal que se tropieza dos
veces con la misma piedra (lo dijo mi abuelita), a los padres se les respeta,
las drogas son malas y eso… pero Susana, ¿cuánto llevas hablándome de este
hombre? Quince minutos, y ya sé qué es lo que va hacer, no puede vigilarte todo
el tiempo, esa responsabilidad que vas a tener es muy grande, ¿estas dispuesta
a tener al bebé?
Susana
dudó un rato, después asintió, dijo que sí estaba dispuesta a tenerlo, que ella
quería su bebé y que él le había dado un celular para saber dónde estaba todo
el tiempo pues tenía miedo de que hiciera algo estúpido con su bebé en la
panza, porque sabía que estaba media loquita.
Loquita
y media, le dijo Andrea, que no concebía la necedad de su amiga por tenerlo,
pero trató de entenderla y argumentó que posiblemente el sentimiento maternal
se había despertado como consecuencia de su vida pasada, ya
que desde pequeña había cuidado a su hermano, pues su mamá no era precisamente
un ejemplo a seguir, y que por eso ahora quería cuidar a su hijo de la misma
manera.
Susana
no entendía, ella decía que lo quería, no importaba si estaba feo, si se
parecía a ella o no, pero lo quería tener. El verdadero problema era saber si
se iba a Monterrey o a Hidalgo, sabía que aquel hombre la limitaba, y tal vez
era justo lo que buscaba, algo de disciplina, que alguien le pusiera un freno,
que controlara su ímpetu de juventud, buscaba la figura de autoridad que nunca
tuvo; por eso cuando él le decía que quería saber todos sus pasos y que no
tuviera más de tres contactos en su teléfono: el suyo, el de su mamá y el de su
propia madre, nadie más; ella se sentía correspondida y dichosa, por
fin alguien se encararía de su vida y de su bebé. Ella no sabía si quería o no a
su novio, pero el problema le ponía emoción a su existencia, se olvidaba del
rutinario trabajo que tenía, pensaba que la vida era emocionante, irse de la
ciudad, tener un bebé, todo con fecha límite, tenía que actuar rápido. Ahora su
vida era vertiginosa pero sin aquellas pastillas que consumía, y no quería
cortarse el pelo por temor a que le hiciera daño al bebé.
Andrea
le repetía, estas bien pendeja, déjalo, haz tu vida, eres muy joven, pero
Susana se aferraba a la idea de tener su propia familia, ya se había quitado el
piercing de la boca, estaba en proceso el del ombligo, lo mismo el del
pezón; dos meses de embarazo y ya consideraba dejar de usar tacones, aunque él
le dijera que se veía más nalgoncita.
Un
hombre que consumía un cigarrillo en la banca cercana, miraba la belleza de la juventud,
la chispa en los ojos, la alegría en sus palabras que no hacían justicia al
dilema que platicaban aquellas muchachas, por un momento se olvidó de sus
problemas, recordó que el mundo no solo giraba para él. Le dio otra calada al
cigarrillo mientras las miraba alejarse y comprobó que era
verdad lo que decía el novio de aquella muchacha, estaba nalgoncita. Miró la
copa de los árboles, sintió el viento, escuchó trinar algunos pajarillos y se
olvidó de aquellos pedos adolescentes.
-
¿Él
es tu exnovio?
Se
escuchó en la misma banca, asustando pensó que se referían a él, pero su
conciencia estaba tranquila por ahora, al menos en temas de mujeres; se quedó
como lagartija, con los ojos atentos y las fauces listas para morder.
La voz
clara y armónica de un chisme, modulada para endulzar el oído femenino, corría cual
río escondido entre el follaje del bosque en aquella plaza, tranquilizante y
arrulladora, danzaba entre las hojas y los trinos de pajarillos. Las mujeres
comían algo, parecía un gazpacho de fruta o un vasolote. Recitaban sus penurias,
una escuchaba mientras le hacía el amor a la comida, la otra hablaba sobre
aquel que alguna vez fue su hombre y con quien tenía una niña. El hombre le
había dado 400 pesos para ayudarla con los gastos de crianza. Ella casi nunca le
hablaba, solamente para pedirle el apoyo para su hija, pero el hombre
desconfiado, se preguntaba si ese dinero realmente llegaba a las manos de la
pequeña, por eso la incriminaba y le decía que de seguro se lo gastaba con otro
cabrón. Ella, indignada por la injuria, mas nunca la negó, le colgó el teléfono.
Él volvió a marcar, le reclamó que por qué le colgaba, y preguntaba que dónde
estaba la niña, ella le respondió que con su abuela en Querétaro, encolerizado
el hombre le decía:
-
Ahí
está, ni siquiera está la niña contigo, para qué querías el dinero…. nada más
querías que te fuera a ver verdad
-
Pues fíjate
que sí, no sabes las ganas que tenía de verte… - ella colgó el teléfono.
No podía
entender cómo es que aquel hombre se comportara de esa manera, cuando hace
algún tiempo todo era amor y comprensión, parecía el hombre más sensato de la
tierra, incapaz de tener una actitud tan insultante.
Hablaba de su nueva mujer y
de cómo lo usaba, le exigía y le gritaba, él solamente callaba. No era la
primera vez, la anterior había hecho lo mismo. En definitiva era un tonto, lo
bueno que ya no estaba con ella y solo le daba dinero para ayudarle con la niña.
La otra mujer asentía y argumentaba que no podía creer como los hombres se
dejaban usar por las mujeres, por aquellas malditas arpías a cuya especie no pertenecían.
Menearon la cabeza en señal de acuerdo y continuaron comiendo.
El
hombre se levantó y se largó de allí a pasó tranquilo, esas bancas evaporaban
su testosterona, fue apresurando el paso hasta que sintió como se le escurría
una lágrima por la mejilla… ya era demasiado tarde.