domingo, 13 de marzo de 2016

Disonancia relativa

El camioncito que relincha está contemplativo como siempre. Mira hacia la calle con los ojos de pintura cacariza, producto de las inclemencias del tiempo y del polvo. Esas partículas diversas que se van agolpando paulatinamente una sobre otra hasta formar una costra que arranca en la menor oportunidad un pedazo de pintura, esta demás decir que la pintura sobreviviente se vuelve opaca con el brillo del Sol acumulado.
¿Por qué relinchaz camioncito? No sé, desde hace seis meses que estoy estacionado y mi voz ha cambiado, creo que es un error electrónico, antes cuando echaban una moneda se escuchaba el encendido de mi potente motor, ahora un sendo relinchido atraviesa el local. Ya no imagino caminos asfaltados, ahora galopo en praderas interminables. Tengo disonancia relativa, porque al final de cuentas la imaginación infantil es la que me lleva de paseo, mi proposito es estar aquí y repetir después de cada moneda: ¡gracias, vuelve pronto!
La calle está desierta, sólo pasa alguno que otro coche de esos que si giran las llantas. La miopía del camioncito que relichan apenas le deja ver una pequeña figura dibujada en el horizonte de las calles desiertas. Su caminar es extraño, se mueve rápido y con seguridad, parece un alienígena, ¿será que la invasión espacial ha comenzado ya? ¿y que le harán a los comioncitos que relinchan? Creo que nada, son un accesorio de la vida. El cuerpecillo se acerca, es directo, mira al camioncito de frente y le sonríe, el camioncito hubiera querido devolverle la sonrisa pero no puede, la fibra de vidrio no permite movimientos. El hombrecillo busca en su bolsa y saca una moneda, se monta al camioncito, y se agacha para introducir la moneda y hacerlo relinchar.
El camioncito siente como cae en sus entrañas la moneda, ese inconfundible sonido de metal con metal que tanto gusta a los ávaros, todo comienza a vibrar, puede sentir la vida a través de cada parte mecánica de su cuerpo, es la magia de las monedas, la magia de dinero.
El relinchido inicial y el galope subsecuente transforman la realidad, ahora es un viaje por la imaginación, algo que debe tomarse con mucha seriedad y el hombrecito lo sabe, se acomoda en el asiento y observa analíticamente el paisaje, como terrateniente revisando su propiedad, sabe la responsabilidad que tiene. El camioncito va relinchando y el sonido del galope no corresponde al movimiento mecánico que más bien es de un automotor.
El vehículo se detiene, pero esto no perturba al pasajero, quien saca otra moneda de su bolsillo y la introduce para avanzar un poco más. El movimiento empieza, el hombre no se mueve, se deja llevar, apenas y mueve la cabeza para controlar el panorama.
Todos tenemos madre, el pasajero también, pero no la trajo hoy, no el día del recorrido, a veces las madres estorban, ensucian el paisaje. El va plácido, sin preocupaciones, realmente disfruta su paseo y eso hay que tomarlo con mucha seriedad.
El camión se detiene. El hombre baja satisfecho, fue un buen viaje. Camina sereno hacia la calle, antes de desaparecer da un vistazo al dependiente, sonríe y se va corriendo, se da ese lujo, él lo sabe, tiene cinco años.
El camioncito sonríe y se le rompe un labio, la fibra de vidrio no se estira.

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