viernes, 3 de junio de 2016

Fauces desalmadas


Cuando uno es adolescente y está descubriendo un mundo de sensaciones, llega el momento de encontrarse a la contraparte de género. Pedro se encontró con las tetas de María Elena. Eran unas tetas enormes, con forma de melón. Ella era amiga de Jimena, una chica con la que se había besado un par de veces y quien también portaba una hermosa delantera, no del calibre de María Elena, pero igualmente suculenta.
A Pedro le gustaba pasearse en su motoneta todas las tardes, salir con sus amigos a dar vueltas, invitar a algunas muchachas al billar y tomar un par de cervezas. Esa tarde había decidido salir con María Elena, cuando llegó por ella, salió sonriente y nerviosa, lo miraba fijamente casi sin parpadear y habría los ojos como si fuera una demente, en cualquier otra situación Pedro se hubiera asustado del extraño comportamiento de la chica, pero Elena, mientras se mostraba como psicópata, arqueaba la espalda, echaba los hombros hacia atrás y el pecho hacia adelante, esto provocaba que sus dos melones se marcaran perfectamente en la sudadera, no se le alcanzaban a notar los pezones, pero las formas redondeadas eran claras. Con esos argumentos, Pedro no pudo alegar nada contra el rostro y la actitud psicópata de la joven. Con una seña y una sonrisa, le dijo: nos vamos. Ella solo asintió con la cabeza, los ojos bien abiertos y con una sonrisa que no mostraba los dientes.
Desde que subió a la motoneta, Elena se pegó a la espalda de Pedro, quería mostrarle que tenía argumentos para que la besara, dos muy grandes. Una erección tensó el pantalón del chico, era la sensación de certeza de que esa tarde sucedería algo. La prueba era un pequeño hormigueo, empezó en el glande, recorrió todo el cuerpo cavernoso, oprimió las ingles, mandó una pequeña descarga eléctrica a las piernas y subió por la pelvis hasta el estómago para finalmente explotar en el pecho y dibujar una sonrisa en su rostro.
A ella le gustaba Pedro, y se ponía nerviosa frente a él, por eso sacaba sus tetas. Le habían dicho que era su mayor atractivo, y nunca dudaba en usarlo. Esa tarde, ella estaba decidida a besarlo, no le importaba que fuera el querido de Jimena, además se consideraba una chica liberal.
Nietzsche fue el culpable de su relación, Humano, demasiado humano, texto que los llevó a discutir por más de cuarenta minutos en la casa de Pedro. Finalmente, ella le dijo que era de mente abierta, ¿qué tan abierta? Preguntó el joven. En respuesta, ella le dio un enorme beso que casi se lo traga. Él estaba consternado, nunca en su vida le habían dado un beso tan grande y extraño, ella solo abría la boca tanto como si fuera su mente y movía la lengua como un gusano enraizado en aquellas fauces, parecía analogía de su vagina impaciente por ser penetrada y su clítoris bailarín. Resultó ser un beso espantoso, pero la tienda de campaña estaba por reventar, y más cuando las manotas del chico por fin tuvieron acceso a la suavidad de aquellos enormes melones, primero sobre la tela, después piel con piel. Así la ropa comenzó a caer, el torso desnudo de ella fue lo primero que iluminó la escena, después sus pantaletas blancas, en unos minutos más ya estaban cogiendo. Sentados sobre la cama, ella sobre él, y los melones liberados; Pedro se alejaba un poco para poder verlos minuciosamente, seguía sus formas, apretaba los pezones, los juntaba, los levantaba, realmente eran grandes y hermosos, no se colgaban, estaban firmes y rollizos. Elena sonreía y movía su pelvis para incrementar la dicha de sentirse admirada y penetrada al mismo tiempo.
Enormes senos, sexo sin compromiso, dos amigas, un fulano, filosofía con Nietzsche, platicas largas, paseos en motoneta, enormes senos, jóvenes sin tapujos o complejos, también es preciso mencionar que Elena no era fea, tampoco una belleza, una chica suficientemente atractiva para atraer la atención a donde llegara. Solo había algo que Pedro no terminaba de aceptar, los besos. Esos enormes besos de fauces abiertas y estáticas, como una prensa mecánica que se abría y nada más, apenas y sentía la lujuria de la pequeña lengua danzante en el fondo. Para darle algo de emoción, Pedro succionaba un poco, como si quisiera revivir la muerta de las quijadas abiertas, pero nada resultaba, ella simplemente abría lo más que podía la boca y así se quedaba, como si fuera un lagarto al sol, parecía que entraba en un trance hipnótico, no se movía nada más de ella, eso fue algo que Pedro no había notado la primera vez, pues estaba muy entretenido explorando los melones.
Se hicieron novios de conceptos forzados, en su libertinaje no querían etiquetas, solo compañía y sexo. Pedro nunca tuvo el valor de decirle lo molesto que eran sus fauces hipnóticas ni su estatismo ante la unión bucal. Parecía que no podía creer que era besada y entonces se paralizaba. Aunque sus senos eran hermosos, hizo la terrible lista de los pros y los contra. Ganaron los contra. Si el karma fuera un tipo de ley universal que enseñaran en la escuela, entonces Pedro hubiera hecho lo mismo, pero conscientemente. Sabría que una factura llegaría en el momento menos esperado de la vida junto con otras facturas, ya que esa mamada del karma usa un modelo retroactivo. Era el mes de febrero, terminaba la primera quincena, para ser exactos era un 14 de febrero, sí, día del amor y la amistad. Pedro nunca quiso hacerlo así, fue el destino, la impaciencia, la angustia y el estrés que le provocaban esas fauces. En la tarde llegaron a ver una película, él le dio un beso, ella abrió las fauces. Era inconcebible continuar de esa manera, por más que le encantarán aquellos melones no podía continuar así. Se puso serio, con el pretexto de ver la película que ya había visto, mientras pensaba como decirle que su relación no podía continuar. Ella, como si presintiera algo, no se movía, como si tuviera las fauces abiertas, pero no, era ese ambiente que puede sentirse de una manera inexplicable, la posición de los cuerpos, la energía que emana del alma, las miradas, todo era expectativa, pronto algo pasaría. Terminó la película y Pedro le dijo a Elena: lo nuestro no puede continuar.
Un silencio se generó en la sala, ella no se movía, Pedro clavó aún más su mirada tratando de hacerla reaccionar. Lo miró fijamente, ella asintió con la cabeza mientras decía: está bien. Otro silencio y después la llevó a su casa en la motoneta.

Tiempo después ella salía con Mario, uno de sus amigos del billar, a veces este le contaba los detalles de sus encuentros sexuales con Elena, algo que le resultaba terriblemente aburrido, aunque lo soportaba con la esperanza de que le comentara algo de las fauces, pues llegaba a sentirse confundido y hasta culpable por haberla terminado. Pero nunca lo hizo, solo le decía de los hermosos melones que tenía, a Pedro nunca le molestaron sus comentarios, pues era un joven de mente abierta.


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