Cuando uno es adolescente y está descubriendo un mundo de sensaciones, llega
el momento de encontrarse a la contraparte de género. Pedro se encontró con las
tetas de María Elena. Eran unas tetas enormes, con forma de melón. Ella era
amiga de Jimena, una chica con la que se había besado un par de veces y quien
también portaba una hermosa delantera, no del calibre de María Elena, pero
igualmente suculenta.
A Pedro le gustaba pasearse en su motoneta todas
las tardes, salir con sus amigos a dar vueltas, invitar a algunas muchachas al
billar y tomar un par de cervezas. Esa tarde había decidido salir con María
Elena, cuando llegó por ella, salió sonriente y nerviosa, lo miraba fijamente
casi sin parpadear y habría los ojos como si fuera una demente, en cualquier
otra situación Pedro se hubiera asustado del extraño comportamiento de la
chica, pero Elena, mientras se mostraba como psicópata, arqueaba la espalda,
echaba los hombros hacia atrás y el pecho hacia adelante, esto provocaba que
sus dos melones se marcaran perfectamente en la sudadera, no se le alcanzaban a
notar los pezones, pero las formas redondeadas eran claras. Con esos argumentos,
Pedro no pudo alegar nada contra el rostro y la actitud psicópata de la joven.
Con una seña y una sonrisa, le dijo: nos vamos. Ella solo asintió con la
cabeza, los ojos bien abiertos y con una sonrisa que no mostraba los dientes.
Desde que subió a la motoneta, Elena se pegó a la
espalda de Pedro, quería mostrarle que tenía argumentos para que la besara, dos
muy grandes. Una erección tensó el pantalón del chico, era la sensación de
certeza de que esa tarde sucedería algo. La prueba era un pequeño hormigueo,
empezó en el glande, recorrió todo el cuerpo cavernoso, oprimió las ingles,
mandó una pequeña descarga eléctrica a las piernas y subió por la pelvis hasta
el estómago para finalmente explotar en el pecho y dibujar una sonrisa en su
rostro.
A ella le gustaba Pedro, y se ponía nerviosa
frente a él, por eso sacaba sus tetas. Le habían dicho que era su mayor
atractivo, y nunca dudaba en usarlo. Esa tarde, ella estaba decidida a besarlo,
no le importaba que fuera el querido de Jimena, además se consideraba una chica
liberal.
Nietzsche fue el culpable de su relación, Humano,
demasiado humano, texto que los llevó a discutir por más de cuarenta minutos en
la casa de Pedro. Finalmente, ella le dijo que era de mente abierta, ¿qué tan
abierta? Preguntó el joven. En respuesta, ella le dio un enorme beso que casi
se lo traga. Él estaba consternado, nunca en su vida le habían dado un beso tan
grande y extraño, ella solo abría la boca tanto como si fuera su mente y movía la
lengua como un gusano enraizado en aquellas fauces, parecía analogía de su
vagina impaciente por ser penetrada y su clítoris bailarín. Resultó ser un beso
espantoso, pero la tienda de campaña estaba por reventar, y más cuando las
manotas del chico por fin tuvieron acceso a la suavidad de aquellos enormes
melones, primero sobre la tela, después piel con piel. Así la ropa comenzó a
caer, el torso desnudo de ella fue lo primero que iluminó la escena, después
sus pantaletas blancas, en unos minutos más ya estaban cogiendo. Sentados sobre
la cama, ella sobre él, y los melones liberados; Pedro se alejaba un poco para
poder verlos minuciosamente, seguía sus formas, apretaba los pezones, los
juntaba, los levantaba, realmente eran grandes y hermosos, no se colgaban,
estaban firmes y rollizos. Elena sonreía y movía su pelvis para incrementar la
dicha de sentirse admirada y penetrada al mismo tiempo.
Enormes senos, sexo sin compromiso, dos amigas, un
fulano, filosofía con Nietzsche, platicas largas, paseos en motoneta, enormes
senos, jóvenes sin tapujos o complejos, también es preciso mencionar que Elena
no era fea, tampoco una belleza, una chica suficientemente atractiva para
atraer la atención a donde llegara. Solo había algo que Pedro no terminaba de
aceptar, los besos. Esos enormes besos de fauces abiertas y estáticas, como una
prensa mecánica que se abría y nada más, apenas y sentía la lujuria de la
pequeña lengua danzante en el fondo. Para darle algo de emoción, Pedro
succionaba un poco, como si quisiera revivir la muerta de las quijadas
abiertas, pero nada resultaba, ella simplemente abría lo más que podía la boca
y así se quedaba, como si fuera un lagarto al sol, parecía que entraba en un
trance hipnótico, no se movía nada más de ella, eso fue algo que Pedro no había
notado la primera vez, pues estaba muy entretenido explorando los melones.
Se hicieron novios de conceptos forzados, en su
libertinaje no querían etiquetas, solo compañía y sexo. Pedro nunca tuvo el
valor de decirle lo molesto que eran sus fauces hipnóticas ni su estatismo ante
la unión bucal. Parecía que no podía creer que era besada y entonces se paralizaba.
Aunque sus senos eran hermosos, hizo la terrible lista de los pros y los contra.
Ganaron los contra. Si el karma fuera un tipo de ley universal que enseñaran en
la escuela, entonces Pedro hubiera hecho lo mismo, pero conscientemente. Sabría
que una factura llegaría en el momento menos esperado de la vida junto con
otras facturas, ya que esa mamada del karma usa un modelo retroactivo. Era el
mes de febrero, terminaba la primera quincena, para ser exactos era un 14 de
febrero, sí, día del amor y la amistad. Pedro nunca quiso hacerlo así, fue el
destino, la impaciencia, la angustia y el estrés que le provocaban esas fauces.
En la tarde llegaron a ver una película, él le dio un beso, ella abrió las
fauces. Era inconcebible continuar de esa manera, por más que le encantarán
aquellos melones no podía continuar así. Se puso serio, con el pretexto de ver
la película que ya había visto, mientras pensaba como decirle que su relación
no podía continuar. Ella, como si presintiera algo, no se movía, como si
tuviera las fauces abiertas, pero no, era ese ambiente que puede sentirse de
una manera inexplicable, la posición de los cuerpos, la energía que emana del
alma, las miradas, todo era expectativa, pronto algo pasaría. Terminó la
película y Pedro le dijo a Elena: lo nuestro no puede continuar.
Un silencio se generó en la sala, ella no se
movía, Pedro clavó aún más su mirada tratando de hacerla reaccionar. Lo miró
fijamente, ella asintió con la cabeza mientras decía: está bien. Otro silencio
y después la llevó a su casa en la motoneta.
Tiempo después ella salía con Mario, uno de sus
amigos del billar, a veces este le contaba los detalles de sus encuentros
sexuales con Elena, algo que le resultaba terriblemente aburrido, aunque lo
soportaba con la esperanza de que le comentara algo de las fauces, pues llegaba
a sentirse confundido y hasta culpable por haberla terminado. Pero nunca lo
hizo, solo le decía de los hermosos melones que tenía, a Pedro nunca le molestaron
sus comentarios, pues era un joven de mente abierta.