lunes, 1 de enero de 2018

1. Octavo

Esta historia es sobre mi destino, soy el protagonista y no puede ser nadie más, ¿Quién podría suplantarme en mi destino? Ojalá existiera alguien. Tal vez para algunos parezca fantasía o cosas de gente ignorante, pero yo necesito decirlas, con la complicidad y las consecuencias que esto pueda traer para quien las sepa. Tal vez todos vemos nuestro destino tiempo antes de cumplirlo, por eso quiero contar como veo que mi destino poco a poco se acerca a mí. Puedo ver como suceden las cosas y yo no puedo hacer nada para cambiarlas, el destino no se puede cambiar.
            Todo empezó en aquella casa. Mi madre rentó un local cerca de mercado San Juan, devota de la vanidad, no podía poner mejor negocio que una estética: cortes de pelo, manicuras, maquillaje y todas esas cosas unisex. La renta era baja, y mi madre agradecida le cortaba gratis el cabello al anciano arrendador. Don Luis era pequeño por la vejez, de ojos amables y mirada profunda, me intimidaba un poco a pesar de su apariencia diminuta, nuestras pláticas de cortesía eran agradables. Me enseñó su casa y me contó que su mujer había muerto ya hace varios años, que no tenía familia, sólo dos hijos que lo olvidaron, como si se hubieran muerto con su mujer. El viejo realmente necesitaba compañía, mucha compañía, la cual la obtenía en la estética de mi madre, creo que le hacía feliz sólo mirar gente que se cortaba el pelo, o escuchar el bullicio detrás de la puerta. Y ni qué decir cuando platicaba conmigo, eran momentos de felicidad después de tanta penumbra.
            Estaba fumando en la sala cuando mi madre llegó, la noticia era que Don Luis había muerto, lo dijo muy solemne y hasta triste, pero una incontenible mueca de emoción rompió su rostro y sin vacilar nos dijo que en agradecimiento a toda la atención que le dimos a Don Luis, nos había heredado la casa. En aquel tiempo rentábamos una casa en la colonia Obrera, la cual era más grande y estaba en una esquina, pero la casita de Don Luis ya era nuestra, la propiedad de la Familia en la ciudad.
            Hicimos un funeral sencillo, a nuestras posibilidades, sólo fuimos nosotros, mi madre, mi hermana, mi hermano y yo. Tratamos de localizar a sus hijos, pero fue imposible. Después del funeral regresamos a la nueva casa a planear la mudanza y a pensar que haríamos con las cosas de Don Luis, cuándo dejaríamos la casa de La Obrera, y cuáles serían los cuartos para cada quien. Rápidamente empezamos a recorrer la casa, a ver los detalles de aquí y allá, lo que se puede arreglar y no, parecíamos la realeza recorriendo su castillo. Era una casa más larga que ancha, el pasillo estaba del lado izquierdo y en el otro seguían consecutivamente la sala, el comedor, la cocina y los cuartos. Al final había una construcción con dos cuartos, uno abajo que era como una bodega de cosas viejas y arriba un cuarto abandonado. Don Luis me había platicado que ese cuarto lo estuvo rentando por mucho tiempo un pintor o un artista, que un día se fue y dejo todas sus cosas ahí. Por alguna razón siempre quise ese cuarto, mis hermanos nunca se opusieron decían que estaba muy feo y lúgubre, pero a mí me gustaba pues tenía entrada independiente, un baño completo y era muy amplio, perfecto para cuando viniera de la fiesta, no molestaría a nadie con mi cigarro ni nada, me daba completa independencia y comodidad.
            Subí las escaleras, abrí la puerta, estaba oscuro, negro, de esas veces que tanta penumbra abruma, pues ni un reflejo de luz se percibe. Estamos tan acostumbrados a la oscuridad de la noche de la luna y su luz, que abruma entrar en una oscuridad total, regresé la vista a la puerta abierta para orientarme y tratar de adivinar la posición de las paredes, eran mediodía y la oscuridad del cuarto era absoluta. Finalmente pude encontrar a tientas el interruptor y prendí la luz. El cuarto estaba pintado de negro, las cortinas eran negras y gruesas, no dejaban pasar nada de luz, había una cama, una pequeña mesa, una libreta de dibujo, algunos zapatos y pequeñas moscas muertas en el piso. No eran muchas cosas realmente, parecía que el hombre estuvo apenas unos días, tomó su maleta y se largó sin avisar.
            Lo primero que hice fue quitar las oscuras cortinas, tirar todo lo que no me servía, me quedé solamente con la mesa y la base de la cama. Pinté todo de blanco, me tomó varios días, pero finalmente logré mejorar el cuarto, ahora parecía dos veces más grande, y lo mejor, tenía mucha luz. Solo la puerta del baño al fondo se quedó pintada de negro, daba un contraste muy sofisticado. La casa era vieja, pero este cuarto parecía el último construido en lo que antes pudo ser un patio, seguramente el viejo lo hizo para rentar los cuartos y tener algo de dinero de que sostenerse, la ciudad es estudiantil y de seguro pensó que habría muchos buscando un cuarto, aunque parece que nunca funcionó como lo esperaba pues tuvo que abrir un local al frente y rentarlo, donde mi madre puso la estética. Nunca supimos de inquilinos en aquellos cuartos del fondo de la casa mientras estuvimos rentando al fallecido anciano.
            Nos deshicimos de casi todas las cosas, y pusimos las nuestras, para apropiarnos de aquel lugar, yo llevé mis cosas al cuarto negro, ahora blanco.
            La tercera noche en aquel cuarto tuve un extraño sueño, una sombra negra me tocaba el hombro y me despertaba, la seguía y salíamos del cuarto. A partir de ese día, siempre soñaba lo mismo, lo cual me parecía muy extraño, quince días el mismo sueño, empecé a preocuparme, aunque nunca eh creído en cosas paranormales. Algunos fines de semana prefería irme con mi novia Nayeli, cuando no estaba su hermana, o prefería tomar algo para relajarme y ponerme bastante ebrio para no soñar nada, pero eso no servía, el sueño era recurrente, sólo en aquel cuarto.
            Le conté a Jeremías que es lo que me estaba pasando, creo que él podría escucharme, no sé si ayudarme, pero al menos tendría un escape momentáneo. Me dijo que era extraño y que tal vez se debía a que estaba sugestionado por alguna historia o algo que me hubieran contado sobre el cuarto, tal vez la historia de aquel hombre que un día desapareció y quien probablemente había pintado el cuarto de negro. Traté de indagar y saber más de aquel hombre, afortunadamente había guardado sus cuadernos de dibujo. Los revisé, encontré que había dibujado la sombra, la misma sombra de mis sueños, era la sombra de una persona con sombrero y traje, siempre la misma, después dibujó más sombras que salían del piso, cada vez más, después muchas rayas sin sentido, como si hubiera sufrido un ataque de ansiedad, tal vez el soñar con las sombras fue lo que le hizo marcharse sin decir nada, pero, ¿por qué pintaría el cuarto de negro? Muchas preguntas rondaban mi mente. Preguntas que Jeremías tampoco me ayudó a resolver. Debo confesar que me daba mucho miedo regresar a aquel cuarto, una noche traté de no dormir para no soñar, pero fue peor, la luz de la luna entraba por la ventana, se podía ver dentro del cuarto, tenía dos grandes ventanas que daban amplio paso a la luz de la noche y de día. Estaba en la cama, sin dormir buscando pensamientos que no me llevarán al sueño o a pensar en las sombras, entonces impostergable salió del piso, no tuve tanto miedo como esperaba, más bien curiosidad por saber que haría la sombra de mí. De la puerta negra del baño salió otra sombra y una más del piso. Se acercaron, me tomaron por los hombros y todo se volvió oscuro, como si hubiera perdido la vista. Me levanté a tientas, asustado hasta donde sabía que estaba el interruptor y lo prendí, no había pasado nada en aquel cuarto, todo estaba como siempre, las cortinas, la puerta negra del baño, la mesa y la cama. Apagué la luz y entonces pude dormir.
            La siguiente noche sucedió lo mismo, las mismas tres sombras. Encendí la luz y solo unos murmullos indescifrables se escuchaban, como si provinieran de la casa contigua. Creo que empecé a beber más y a fumar más. Tenía una botella debajo de la cama, aunque no servía de nada me daba valor para no orinarme o temblar de miedo cuando las sombras se aparecían. Cada día fueron llegando más sombras hasta que eran una multitud que se aparecían lentamente, oscurecían todo y entonces escuchaba sus murmullos, sentía como me jalaban un pie, una mano, pero como estaba tan borracho dejaban que hicieran de mí lo que fuera. No había noche en la que no me tomara al menos medio litro de tequila, para soportar las pesadillas.
            Creo que desde un principio lo supe, por eso digo que supe mi destino cuando entre a ese cuarto, la oscuridad, el fin, la ausencia de luz, la muerte.
            El jueves soñé con el cuarto pintado de negro. No se podía ver nada, no vi las sombras, pero sabía que estaban allí, moviéndose, susurrando, algunas me rozaban, no había jaleos, más bien todo estaba en paz, y yo ebrio como siempre. Alguien toco a la puerta, me levanté y seguí mi instinto hacia dónde se encontraba la puerta, abrí y la luz de la luna me deslumbró, ahí estaba parada la sombra de sombrero, venía por mí, salí del cuarto y cerré la puerta, me vi desde la cama como salía. Después nada.
            A la mañana siguiente estaba con el doctor mirando los resultados de mis estudios, sabía lo que venía, mi sentencia de muerte, los resultados de la biopsa arrojarón cáncer de estómago.
            Le conté a Jeremías, no lo podía creer, me dijo que me veía flaco, pero nunca imaginó algo así, lo vi consternado, no imagino que pasaría por su mente al saber que moriría, quería decirme muchas cosas, pero no pudo. No quise seguir más en aquel cuarto, tal vez tendría una oportunidad si me largaba de ahí, me vine al pueblo de mis padres, a Buenavista, a recordar mi infancia, largarme de la ciudad y reencontrarme con mi esencia, olvidarme de las estúpidas sombras y el cáncer.
            Mi sorpresa es saber que las sombras me han seguido, tengo miedo y no quiero dormir, quiero vivir lo poco que tengo de vida, mi novia ha venido a verme, está aquí conmigo; también mi hermana, mi madre y mi hermano. Todos mis primos me visitan, también la sombra del sombrero y las otras sobras, están ahí, día y noche, sólo espero el momento en que decidan acercarse, me tomen por los hombros y regresemos al cuarto oscuro. Enciendo un cigarrillo y miro como se disuelve el humo en el aire.

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